jueves, 21 de abril de 2011

2

En el mejor momento de mi vida, hoy, siento una rabia que me surge de adentro como si mi alma fuera un lago alimentado por un manantial rabioso y trepidante. ¿Por qué después de meses y años de llevar el miedo incrustado en la tensión de los músculos, cuando por fin encauzo una corriente que fluye y transporta mi barcaza como si estuvieran hechos el uno para el otro, cuando logro hacerme un hueco en este mundo, un refugio que realmente me ampare; por qué justo en este momento comienzo a llorar?

Llegué a mi casa con mi hija en brazos, un hermoso retoño que requiere mimos y cuidados constantes. Llegamos solas porque tuve que dejarlo todo para sobrevivir: el trabajo de los últimos cinco años, el esfuerzo, las ilusiones compartidas con una pareja que alguna vez sentí mía, la casa, la ropa, los libros, ... También la soledad, el miedo y la confusión. Todo lo dejé atrás para sacar adelante a mi hija y, paradójicamente, terminar sacándome a flote a mí misma.

Llegamos exhaustas y felices de haber escapado de una voz masculina atronadora que me paralizaba y aterraba y que ya comenzaba a amenazarme con "colocarme" "si seguía comportándome como una boluda", si seguía hablando cuando mi papel era callar, si seguía diciendo que no cuando siempre tenía que decirle que sí, si comentaba sobre una vecina y me parecía a una vieja chismosa, si cortaba el huevo en pedacitos y resultaba que la ensalada siempre llevaba el huevo cortado en cuatro...

Fui una afortunada; no todas pueden escapar y alejarse a varios miles de kilómetros de distancia de esa voz; algunas deben convivir en la misma ciudad y vivir aterradas, presas del pánico, cada día del resto de sus vidas. Es agotador. Es una larga agonía. Una supervivencia con la única referencia de sacar adelante, no bien ni mal, sino simplemente como se pueda, al hijo que se tuvo con semejante monstruo. El hijo que amas, el hijo que te dio la luz y la fuerza, el hijo que te devuelve a la vida cada vez que esa voz te la quita. Es una lucha sin cuartel y sin esperanza. Ojalá se muera, piensas si no hay nadie que te ayude ni te entienda; si no hay una sociedad que te ampare y un juez que te proteja, el único sueño que te queda para no ahogarte y dejar a tu hijo a merced de esa voz es pensar que ojalá se muera.

sábado, 16 de abril de 2011

1

Cada mañana me despierto con la sensación de querer estar en otro lado. Abro los ojos acompañada por todas las personas que poblaron mis sueños. A veces, son personas con las que también me gusta estar en el mundo de vigilia. Otras veces, la mayoría de las noches, me encuentro con gente, hablo, almuerzo, amo e incluso hago el amor con personas que desprecio en cuanto abro los ojos. Me avergüenzo de mis propios actos inconscientes; de cómo se hilvana mi vida en el reino de Morfeo. Así que procuro olvidarla antes de terminar de abrir los ojos. Es un instante, una milésima de segundo, un acto reflejo aprendido desde joven; para cuando termino de levantar los párpados, lo único que me queda es algún recuerdo que se asoma como un relámpago para que no olvide que, dormida, cuando vuelva al reino oculto y no pueda utilizar mi muralla consciente para defenderme, esa vida que me avergüenza va a seguir adelante, implacable y fuera de mi alcance.

Cuando era una adolescente, agobiada por noches enteras pasadas dentro de ascensores maltrechos que subían hasta el cielo y bajaban a un mundo de ultratumba, mientras yo, muerta de miedo, rezaba por poder ser más rápida que las sombras que residían allí abajo y apretar el botón antes de que la puerta se abriera y la negrura sucia del sótano me devorara; cuando era una adolescente, digo, y pensaba que podría liberarme de mis temores nocturnos buscando en algún libro el significado de los sueños, leí algo sobre una tribu de indios primigenios que consideraba los sueños como sucesos reales que daban significado y respuesta a la vida bajo el sol.

Si fuera así ¿por qué subía yo cada noche a un ascensor bamboleante en el que nadie en su sano juicio subiría si estuviera despierto?