sábado, 16 de abril de 2011

1

Cada mañana me despierto con la sensación de querer estar en otro lado. Abro los ojos acompañada por todas las personas que poblaron mis sueños. A veces, son personas con las que también me gusta estar en el mundo de vigilia. Otras veces, la mayoría de las noches, me encuentro con gente, hablo, almuerzo, amo e incluso hago el amor con personas que desprecio en cuanto abro los ojos. Me avergüenzo de mis propios actos inconscientes; de cómo se hilvana mi vida en el reino de Morfeo. Así que procuro olvidarla antes de terminar de abrir los ojos. Es un instante, una milésima de segundo, un acto reflejo aprendido desde joven; para cuando termino de levantar los párpados, lo único que me queda es algún recuerdo que se asoma como un relámpago para que no olvide que, dormida, cuando vuelva al reino oculto y no pueda utilizar mi muralla consciente para defenderme, esa vida que me avergüenza va a seguir adelante, implacable y fuera de mi alcance.

Cuando era una adolescente, agobiada por noches enteras pasadas dentro de ascensores maltrechos que subían hasta el cielo y bajaban a un mundo de ultratumba, mientras yo, muerta de miedo, rezaba por poder ser más rápida que las sombras que residían allí abajo y apretar el botón antes de que la puerta se abriera y la negrura sucia del sótano me devorara; cuando era una adolescente, digo, y pensaba que podría liberarme de mis temores nocturnos buscando en algún libro el significado de los sueños, leí algo sobre una tribu de indios primigenios que consideraba los sueños como sucesos reales que daban significado y respuesta a la vida bajo el sol.

Si fuera así ¿por qué subía yo cada noche a un ascensor bamboleante en el que nadie en su sano juicio subiría si estuviera despierto?

No hay comentarios:

Publicar un comentario